Todos podemos ser (y somos) un poco terapeutas en nuestra vida cotidiana. La primera reacción, y más cuando estamos envueltos en una situación con mucha carga emocional, suele ser negativa: “Yo no puedo aguantarte”, “hay gente que se entiende y otra que no”, “vete a darle el coñazo a otro”, etc... Aunque nos parezca que no, contamos con una facultad de comprender a otros mucho mayor de la que sospechamos. Lo primero es aprender a escuchar. Simplemente con una escucha activa, se desencadena en la mente de la otra persona un poderoso proceso de transformación. El mismo Rogers, después de sus trabajos sobre los problemas raciales en los Estados Unidos, señalaba que incluso la rabia necesitaba ser escuchada. Y eso no significaba que sencillamente bastara con ser oída. Tenía que ser aceptada, asumida y entendida. Solo así empezaba a disolverse. Y volvía la calma.
miércoles, 16 de abril de 2014
Y vuelve la calma
Estabas rabiosa y no conseguía ayudarte. No sabía qué hacer. Quería entenderte. Captar tu mundo sin robarte nada. Porque robar supone apoderarse de algo. Y yo no buscaba eso. Intentaba convertirme en ti sin obligarte a que tú te convirtieras en mí. Es así como empecé a poder ver a través de tus ojos y a sentir como tú. Y ese fue el principio de todo lo que pasó después. Entendiste que el sufrimiento procedía de nuestra implicación en la defensa del yo... y que en realidad no había ninguna posición que defender. En el mismo momento en que empezaste a abandonar esa defensa, simultáneamente se alejó el padecimiento mental… Cualquiera que quiera dedicarse a la terapia debe empezar por aquí. Sin este paso nunca podrá llegar a empatizar con la persona que tiene delante, y por tanto, no podrá ayudarla.Empatizar es hablar y actuar con una intuición precisa del mundo de otro individuo como es visto, sentido y entendido desde dentro. Significa conocer el sufrimiento de una persona como propio sin perder libertad o saber en el proceso. La compresión es distinta de la identificación ordinaria, que es la que sucede cuando nuestro ego se implica, buscando algo para sí. La comprensión implica aceptación incondicional y es intrínsicamente terapéutica. Como escribió Rogers, el fundador de la terapia centrada en la persona: “Hallarse con otro de esta manera significa que por el momento usted deja a un lado sus propios valores y opiniones con objeto de penetrar en el mundo del otro sin prejuicios. En algún sentido, supone dejarse al margen a uno mismo”.
Todos podemos ser (y somos) un poco terapeutas en nuestra vida cotidiana. La primera reacción, y más cuando estamos envueltos en una situación con mucha carga emocional, suele ser negativa: “Yo no puedo aguantarte”, “hay gente que se entiende y otra que no”, “vete a darle el coñazo a otro”, etc... Aunque nos parezca que no, contamos con una facultad de comprender a otros mucho mayor de la que sospechamos. Lo primero es aprender a escuchar. Simplemente con una escucha activa, se desencadena en la mente de la otra persona un poderoso proceso de transformación. El mismo Rogers, después de sus trabajos sobre los problemas raciales en los Estados Unidos, señalaba que incluso la rabia necesitaba ser escuchada. Y eso no significaba que sencillamente bastara con ser oída. Tenía que ser aceptada, asumida y entendida. Solo así empezaba a disolverse. Y volvía la calma.
Todos podemos ser (y somos) un poco terapeutas en nuestra vida cotidiana. La primera reacción, y más cuando estamos envueltos en una situación con mucha carga emocional, suele ser negativa: “Yo no puedo aguantarte”, “hay gente que se entiende y otra que no”, “vete a darle el coñazo a otro”, etc... Aunque nos parezca que no, contamos con una facultad de comprender a otros mucho mayor de la que sospechamos. Lo primero es aprender a escuchar. Simplemente con una escucha activa, se desencadena en la mente de la otra persona un poderoso proceso de transformación. El mismo Rogers, después de sus trabajos sobre los problemas raciales en los Estados Unidos, señalaba que incluso la rabia necesitaba ser escuchada. Y eso no significaba que sencillamente bastara con ser oída. Tenía que ser aceptada, asumida y entendida. Solo así empezaba a disolverse. Y volvía la calma.
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