lunes, 23 de marzo de 2015

Enfermedad y remedio

REMEDIO Y ENFERMEDAD

Dicen ciertos expertos en salud mental que los psicólogos no deberíamos de tener nada en contra de que nuestras terapias se midan por la reducción de síntomas (sembrando así y como quien no quiere la cosa la duda sobre la utilidad y eficacia de las mismas). Se supone que ellos definen el problema diagnosticado e implican las molestias y el sufrimiento por el que la gente decide ir a consulta (los síntomas...). Sin embargo, este criterio, por obvio que a algunos les parezca, presenta numerosas limitaciones y no es inevitable. En primer lugar, supone una simplificación del problema. Se utiliza un listado de síntomas por la facilidad de su cuantificación, pero se sacrifica el entender qué le pasa a esa persona. Se trata de una medida que responde a un modelo médico, de modo que se evalúa con los criterios que convienen al diagnóstico psiquiátrico y al tratamiento consistente en la medicación. Y en segundo lugar, y como ya dije en otro artículo publicado en este mismo diario, el propio diagnóstico consistente en un listado de síntomas para definir un trastorno mental carece de validez porque, entre otras cosas, ni siquiera se miden las entidades clínicas que se dicen medir. ¿Qué ocurriría si finalmente, resulta que los síntomas no son la diana adecuada para evaluar la eficacia terapéutica? ¿Se tambalearía un poco el modelo “normativo” de salud mental? Podría ser que éstos fueran, en realidad, experiencias normales e intentos de adaptación, dadas las circunstancias, en vez de manifestaciones de supuestas enfermedades y disfunciones subyacentes. ¿No sería más beneficioso verlos no como algo que urge eliminar cuanto antes, sino como una señal de algo que anda mal en la vida de la persona, que habría que identificar y entender, en vez de silenciar? De hecho, de no hacerlo así solamente estaremos apagando las alarmas dispuestas precisamente para alertar de que algo falla en el sistema. 




Lo dicho no significa que me oponga a la medicación. Siguiendo el símil de la alarma, podríamos decir que a veces su sonido es tan alto y estridente que no nos permite reaccionar. En esos casos es necesario bajarle un poco el volumen para poder empezar a movernos... Ahora bien, si nuestro objetivo es únicamente la eliminación de los síntomas se producirá un rebajamiento en el funcionamiento global de la persona, resultando al final el remedio peor que la enfermedad.



jueves, 19 de marzo de 2015

Conferencia en Teo

El lunes 13 de abril estaré dando una charla-conferencia en Recesende (Teo) para la Asociación Teenses Pola Igualdade sobre las nuevas adicciones relacionadas con Internet.
http://teensespolaigualdade.org/



martes, 17 de marzo de 2015

TDAH y abuso de ciertas tecnologías

"Vemos un continuo aumento de las adicciones al uso de redes sociales y también se están alterando nuestros patrones de aprendizaje. Debemos tener en cuenta que el cerebro es un órgano plástico que se reorganiza y establece conexiones neuronales nuevas en función de nuestras experiencias. Hay zonas que privilegiamos y otras que abandonamos. Con el uso extensivo de las nuevas tecnologías, perdemos memoria y capacidad de atención, nos hacemos menos reflexivos, recibimos mensajes constantemente y sentimos la necesidad de responder con inmediatez."


http://www.larioja.com/la-rioja/201502/16/limites-importantes-20150216003900-v.html



miércoles, 11 de marzo de 2015

Adicciones

ADICTO

La terapia con pacientes que tienen problemas de adicción es sin lugar a dudas de las más complicadas. Una de las causas de que así sea es que no suelen tener conciencia de su problema y que además su nivel de autorreflexión es muy bajo. Mi experiencia es que el sistema de creencias que poseen para ignorar la propia responsabilidad suele estar muy bien estructurado y ser muy resistente. Por ello, el inicio de la terapia se centra habitualmente en la confrontación de sus actos y en la búsqueda de la asunción de responsabilidad de los mismos. No obstante, creo que uno de los errores de algunos enfoques terapéuticos es precisamente centrarse únicamente en esa búsqueda de responsabilidad, ya que por sí misma es insuficiente para dejar la adicción (sin olvidarnos de que genera enormes dosis de ansiedad, además de un sentido de la identidad muy conflictivo). La persona con adicción, una vez que asume su problema y lo que ha hecho, y realiza sus primeros intentos de pasar temporadas sin consumir, también empieza a verse a sí mismo como una persona que fue algo (un “yonqui” si se quiere, pero algo), que tuvo una identidad y que ahora no la tiene. Es frecuente escuchar frases como “de acuerdo, antes era un maldito yonqui pero ahora ¿qué me queda? ¿qué soy? Antes por lo menos tenía un objetivo cada día que era pillar, pero ahora no tengo ni eso porque se supone que no puedo seguir haciéndolo”. Estas situaciones son muy comunes y explican la gran cantidad de recaídas que se producen en las adicciones. La persona retoma su antigua narrativa vital, la que definía su yo (ya que piensa que es mejor volver a ser algo que no ser nada) y vuelve a consumir. Hay un tango precioso que canta Gardel (aunque no sé quien lo compuso) que se titula “Cuesta abajo” que dice: “la vergüenza de haber sido/ y el dolor de ya no ser”... 


En efecto, la vergüenza resuena en muchos casos con la experiencia primaria previa al comportamiento problemático haciéndoles recordar momentos de la vida en que eran personas tímidas o en que se percibían a sí mismas como incapaces. Por ello, el trabajo terapéutico tiene que intentar dar una alternativa tanto a su situación actual como a su historia primaria de deficiencia. No podemos basarnos sólo en responsabilizarles y darles nuevas estrategias para controlar sus impulsos. Uno intenta controlar sus impulsos si sabe cómo, pero sobre todo si está motivado para ello. Se trata de dar un nuevo sentido a sus vidas. Para ello podemos tomar como punto de partida su propio pasado, indagando en las excepciones que se encuentran en cualquier relato y buscando alternativas que permitan redefinir el sentido de la vergüenza en un futuro distinto, en una especie de reinvención de sí mismos.

miércoles, 4 de marzo de 2015

¿Demencia o depresión?

En ocasiones es difícil distinguir entre una demencia en sus primeras fases y un estado depresivo mayor, ya que en los cuadros depresivos pueden aparecer deterioros cognoscitivos y en la demencia pueden aparecer síntomas depresivos secundarios. De igual forma, es destacable la alta frecuencia de la presencia concomitante de los dos cuadros.

En la depresión (los déficit cognitivos en la depresión reciben el nombre de "pseudodemencia" dada su similitud con los cuadros demenciales) no suele existir una etiología orgánica, su inicio suele estar bien delimitado y ser brusco, su curso es fluctuante, el paciente suele tener conciencia de su enfermedad (son típicas las quejas del paciente acerca de su memoria), su estado de ánimo es bajo y los déficit cognitivos tienen buena respuesta a la terapia y al tratamiento y suelen desaparecer.

Por contra, en las demencias existe una etiología orgánica, su inicio suele estar mal delimitado y es insidioso, de curso progresivo e irreversible. El paciente no suele ser consciente de sus déficit y por lo tanto no suele quejarse de sus olvidos. Su estado de ánimo es lábil y los déficit cognitivos no tienen buena respuesta al tratamiento.

lunes, 2 de marzo de 2015

Control de impulsos

Pinel y Esquirol fueron los que introdujeron el concepto de impulso instintivo y el de monomanía instintiva para definir conductas como el alcoholismo o la piromanía.

La característica esencial de los trastornos del control de impulsos es un déficit para resistir un impulso, una motivación o una tentación para llevar a cabo un acto perjudicial. Se trata de actos que se realizan sin reflexionar, como consecuencia de un impulso incontrolable, donde se evidencia falta de autocontrol o no surgen las inhibiciones voluntarias, lo que hace que no se tengan en cuenta las consecuencias de los hechos.

Generalmente el paciente percibe tensión antes de cometer el acto y consiguiente placer o sentimiento de liberación al llevarlo a cabo. No necesariamente la persona tiene que experimentar arrepentimiento o culpa. La acción se caracteriza por la ausencia de finalidad y dirección.

El acto impulsivo es egosintónico, es decir, el individuo no percibe malestar mientras lo lleva a cabo, mientras que la tensión previa al acto sí es egodistónica.