Dicen ciertos expertos en salud mental que los psicólogos no deberíamos de tener nada en contra de que nuestras terapias se midan por la reducción de síntomas (sembrando así y como quien no quiere la cosa la duda sobre la utilidad y eficacia de las mismas). Se supone que ellos definen el problema diagnosticado e implican las molestias y el sufrimiento por el que la gente decide ir a consulta (los síntomas...). Sin embargo, este criterio, por obvio que a algunos les parezca, presenta numerosas limitaciones y no es inevitable. En primer lugar, supone una simplificación del problema. Se utiliza un listado de síntomas por la facilidad de su cuantificación, pero se sacrifica el entender qué le pasa a esa persona. Se trata de una medida que responde a un modelo médico, de modo que se evalúa con los criterios que convienen al diagnóstico psiquiátrico y al tratamiento consistente en la medicación. Y en segundo lugar, y como ya dije en otro artículo publicado en este mismo diario, el propio diagnóstico consistente en un listado de síntomas para definir un trastorno mental carece de validez porque, entre otras cosas, ni siquiera se miden las entidades clínicas que se dicen medir. ¿Qué ocurriría si finalmente, resulta que los síntomas no son la diana adecuada para evaluar la eficacia terapéutica? ¿Se tambalearía un poco el modelo “normativo” de salud mental? Podría ser que éstos fueran, en realidad, experiencias normales e intentos de adaptación, dadas las circunstancias, en vez de manifestaciones de supuestas enfermedades y disfunciones subyacentes. ¿No sería más beneficioso verlos no como algo que urge eliminar cuanto antes, sino como una señal de algo que anda mal en la vida de la persona, que habría que identificar y entender, en vez de silenciar? De hecho, de no hacerlo así solamente estaremos apagando las alarmas dispuestas precisamente para alertar de que algo falla en el sistema.
Lo dicho no significa que me oponga a la medicación. Siguiendo el símil de la alarma, podríamos decir que a veces su sonido es tan alto y estridente que no nos permite reaccionar. En esos casos es necesario bajarle un poco el volumen para poder empezar a movernos... Ahora bien, si nuestro objetivo es únicamente la eliminación de los síntomas se producirá un rebajamiento en el funcionamiento global de la persona, resultando al final el remedio peor que la enfermedad.
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