jueves, 26 de febrero de 2015

Lo innominable

NÓMBRAME

Me llamo Andrés. Creo que ya lo sabéis. Lo vuelvo a decir porque se supone que el nombre es tremendamente importante. Dicen que es lo que identifica a una persona, aunque creo que yo nunca le he dado demasiada importancia. Sin embargo, no deja de ser cierto que cuando viene alguien nuevo a la consulta es lo primero que le pregunto. Lo desconocido, lo innominable, es poco manejable. No es posible tener una relación con ello o saber qué clase de relación se tiene. Me viene a le mente el relato de H.P. Lovecraft titulado precisamente así: lo innomibable. El protagonista de esta historia sufre enormemente porque no puede hacer frente a aquello que no puede ser ni siquiera nombrado. Poner un nombre es una forma de control. Aunque pueda sonar poco tierno o incluso retorcido, supongo que cuando mi mujer y yo decidimos ponerle un nombre a nuestro hijo, de algún modo también buscábamos cierto grado de control sobre el niño... No puedo ni imaginar, si ya a veces es difícil manejar a un crío, cómo sería si no tuviese un nombre... El poeta vasco Gabriel Aresti tiene unos versos muy hermosos y certeros que dicen: “pienso que mi nombre/ es mi ser/ y que no soy/ sino mi nombre”.


                               

Si tengo un nombre para un problema, también parece que sé en qué consiste ese problema. Alguna vez me he pronunciado en esta misma columna y también con mis compañeros de profesión sobre mi disconformidad con una psicología basada en “nombres de trastornos”, como si fueran entidades nosológicas independientes, con categoría propia y tratamiento bien establecido y diferenciado para cada una de ellas... Y aún sin desdecirme de nada y aunque pueda parecer contradictorio, hoy reivindico los beneficios que en ocasiones podemos darle a los pacientes con la simple asignación de un nombre a su problema. La clave, creo yo, es entender que los nombres tienen un determinado significado para quien los maneja. Si el nombre le transmite a esa persona una especie de estigmatización o condena, obviamente, no será útil, todo lo contrario, al menos a nivel terapéutico. Pero si ese nombre permite separar el problema de la persona, bienvenido sea, porque podrá empezar a sentir que se puede controlar eso que antes de entrar en la consulta parecía algo inherente a él y que además era inmanejable, porque, como en el relato de Lovecraft, también era “innominable

jueves, 19 de febrero de 2015

Cuando la obsesión ha vencido

El término obsesión proviene del latín obssesio-onis que significa asedio o sitio. Refleja el hecho percibido por la persona de que ciertos pensamientos provenientes de su inconsciente tratan de entrar de manera repetida en su conciencia llevándole a la angustia y la desesperación. Para evitarlo la persona se resiste al invasor a través de múltiples estrategias de defensa. Esquirol, psicopatólogo francés del siglo XIX, hizo la primera descripción sitemática del cuadro. Posteriormente, Westphal definición los tres rasgos que se han sostenido hasta hoy como esenciales:

-Presencia de ideas que irrumpen en la conciencia.
-La persona realiza esfuerzos para evitarlas.
-El paciente percibe las ideas como extrañas y anormales.



En los últimos años algunos de estos rasgos, sin embargo, se han relativizado, o por lo menos, matizado. Parece que no todos los pacientes se resisten con la misma fuerza; en los primeros estadios se produce por lo general un gran esfuerzo de resistencia, pero en casos de larga evolución podemos comprobar en la práctica clínica que puede llegarse a mostrar escasa o nula resistencia, produciéndose entonces lo que se podría llamar "pasividad frente a las obsesiones vencedoras".


martes, 17 de febrero de 2015

martes, 10 de febrero de 2015

Adicción al móvil

El artículo que ayer publicó El Correo Gallego tuvo que ser "editado" por cuestiones de espacio. Dejo a continuación su versión completa:


TENGO QUE IR AL PSICÓLOGO

Te he visto esta mañana, pero es imposible que lo sepas. Para mí ha sido muy importante, para ti no. En realidad ni tú sabes quien soy yo ni yo sé quien eres tú. Sí sé que yo a ti te vi, pero tú a mí no. Básicamente porque no levantaste la vista de la pantalla del móvil desde que entraste en Amor Ruibal hasta que llegaste a la Plaza de Galicia. A tu lado, dos chicos y una chica hacían exactamente lo mismo. No os dirigisteis la palabra en todo el trayecto. De vez cuando asomaba una leve sonrisa en tu boca. Me encanta ver sonreír a la gente y estoy seguro de que tu sonrisa debe ser muy hermosa, pero créeme si te digo que aquellas no lo eran. La ansiedad que las acompañaba las transfiguraba en muecas desagradables y huidizas. De hecho, rápidamente desaparecían dando lugar a un continuo y nervioso golpeteo de dedos sobre la pantalla. También me pareció intuir rabia, o frustración, o pena... No lo sé. Y no lo sé porque como te decía, no hablaste en todo el camino y por lo tanto ni siquiera escuché tu voz. Uno de tus amigos, o mejor dicho, de tus acompañantes sí logró articular cinco palabras seguidas en el paso de peatones del Hórreo. Dijo con una alegría desbordante: “ya tengo diez me gusta”. Creo que he sido generoso con lo de cinco palabras seguidas pues no tengo claro que las dos últimas vayan por separado. Los demás ni lo mirasteis. Más traqueteo de dedos. Más ansiedad. Más muecas. Me quedé pensando en que dentro de poco las consultas de psicólogos (y yo tengo una de ellas) se van a llenar de personas con este problema...




Casualmente, por la tarde, una niña parecida a ti, ha venido por mi consulta. Me decía su madre que está preocupadísima porque su hija no duerme nada de noche. Parece ser que es obligatorio actualizar su estado de Facebook cada media hora o corre el riesgo de dejar de ser parte del grupo. La niña, como tú, tampoco dijo nada. La madre hablaba, la hija miraba al infinito. Me desgañité intentando sacarle alguna palabra pero fue imposible. Quizá debería haber probado a coger mi móvil y enviarle un emoticono por medio del WhatsApp o del Messenger. Hubiera sido ridículo estar cara a cara y comunicarnos por medio del teléfono, ¿no crees? O no, quizás no lo sea tanto, al fin y al cabo, la verdad es que ahora las cafeterías, los parques, las calles y las plazas están llenas de personas que en vez de comunicarse oralmente unos con otros, se comportan igual que tú y tus amigos. Y si todos hacen lo mismo es probable que el problema lo tenga yo. ¿Acaso no es ese el criterio más aceptado para definir la normalidad? Tendré que ir a un buen psicólogo a consultárselo. Pediré cita estar tarde. Espero que los que elaboraron el nuevo Manual Diagnóstico de las Enfermedades Mentales me hayan tenido en cuenta y le hayan puesto nombre a lo que me pasa... Seguro que el psicólogo sabrá decírmelo. Así me quedaré más tranquilo. Ya ves, al final, como te dije, poder verte ha sido importantísimo.