NÓMBRAME
Me llamo Andrés. Creo que ya lo sabéis. Lo vuelvo a decir porque se supone que el nombre es tremendamente importante. Dicen que es lo que identifica a una persona, aunque creo que yo nunca le he dado demasiada importancia. Sin embargo, no deja de ser cierto que cuando viene alguien nuevo a la consulta es lo primero que le pregunto. Lo desconocido, lo innominable, es poco manejable. No es posible tener una relación con ello o saber qué clase de relación se tiene. Me viene a le mente el relato de H.P. Lovecraft titulado precisamente así: lo innomibable. El protagonista de esta historia sufre enormemente porque no puede hacer frente a aquello que no puede ser ni siquiera nombrado. Poner un nombre es una forma de control. Aunque pueda sonar poco tierno o incluso retorcido, supongo que cuando mi mujer y yo decidimos ponerle un nombre a nuestro hijo, de algún modo también buscábamos cierto grado de control sobre el niño... No puedo ni imaginar, si ya a veces es difícil manejar a un crío, cómo sería si no tuviese un nombre... El poeta vasco Gabriel Aresti tiene unos versos muy hermosos y certeros que dicen: “pienso que mi nombre/ es mi ser/ y que no soy/ sino mi nombre”.
Si tengo un nombre para un problema, también parece que sé en qué consiste ese problema. Alguna vez me he pronunciado en esta misma columna y también con mis compañeros de profesión sobre mi disconformidad con una psicología basada en “nombres de trastornos”, como si fueran entidades nosológicas independientes, con categoría propia y tratamiento bien establecido y diferenciado para cada una de ellas... Y aún sin desdecirme de nada y aunque pueda parecer contradictorio, hoy reivindico los beneficios que en ocasiones podemos darle a los pacientes con la simple asignación de un nombre a su problema. La clave, creo yo, es entender que los nombres tienen un determinado significado para quien los maneja. Si el nombre le transmite a esa persona una especie de estigmatización o condena, obviamente, no será útil, todo lo contrario, al menos a nivel terapéutico. Pero si ese nombre permite separar el problema de la persona, bienvenido sea, porque podrá empezar a sentir que se puede controlar eso que antes de entrar en la consulta parecía algo inherente a él y que además era inmanejable, porque, como en el relato de Lovecraft, también era “innominable
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