martes, 10 de febrero de 2015

Adicción al móvil

El artículo que ayer publicó El Correo Gallego tuvo que ser "editado" por cuestiones de espacio. Dejo a continuación su versión completa:


TENGO QUE IR AL PSICÓLOGO

Te he visto esta mañana, pero es imposible que lo sepas. Para mí ha sido muy importante, para ti no. En realidad ni tú sabes quien soy yo ni yo sé quien eres tú. Sí sé que yo a ti te vi, pero tú a mí no. Básicamente porque no levantaste la vista de la pantalla del móvil desde que entraste en Amor Ruibal hasta que llegaste a la Plaza de Galicia. A tu lado, dos chicos y una chica hacían exactamente lo mismo. No os dirigisteis la palabra en todo el trayecto. De vez cuando asomaba una leve sonrisa en tu boca. Me encanta ver sonreír a la gente y estoy seguro de que tu sonrisa debe ser muy hermosa, pero créeme si te digo que aquellas no lo eran. La ansiedad que las acompañaba las transfiguraba en muecas desagradables y huidizas. De hecho, rápidamente desaparecían dando lugar a un continuo y nervioso golpeteo de dedos sobre la pantalla. También me pareció intuir rabia, o frustración, o pena... No lo sé. Y no lo sé porque como te decía, no hablaste en todo el camino y por lo tanto ni siquiera escuché tu voz. Uno de tus amigos, o mejor dicho, de tus acompañantes sí logró articular cinco palabras seguidas en el paso de peatones del Hórreo. Dijo con una alegría desbordante: “ya tengo diez me gusta”. Creo que he sido generoso con lo de cinco palabras seguidas pues no tengo claro que las dos últimas vayan por separado. Los demás ni lo mirasteis. Más traqueteo de dedos. Más ansiedad. Más muecas. Me quedé pensando en que dentro de poco las consultas de psicólogos (y yo tengo una de ellas) se van a llenar de personas con este problema...




Casualmente, por la tarde, una niña parecida a ti, ha venido por mi consulta. Me decía su madre que está preocupadísima porque su hija no duerme nada de noche. Parece ser que es obligatorio actualizar su estado de Facebook cada media hora o corre el riesgo de dejar de ser parte del grupo. La niña, como tú, tampoco dijo nada. La madre hablaba, la hija miraba al infinito. Me desgañité intentando sacarle alguna palabra pero fue imposible. Quizá debería haber probado a coger mi móvil y enviarle un emoticono por medio del WhatsApp o del Messenger. Hubiera sido ridículo estar cara a cara y comunicarnos por medio del teléfono, ¿no crees? O no, quizás no lo sea tanto, al fin y al cabo, la verdad es que ahora las cafeterías, los parques, las calles y las plazas están llenas de personas que en vez de comunicarse oralmente unos con otros, se comportan igual que tú y tus amigos. Y si todos hacen lo mismo es probable que el problema lo tenga yo. ¿Acaso no es ese el criterio más aceptado para definir la normalidad? Tendré que ir a un buen psicólogo a consultárselo. Pediré cita estar tarde. Espero que los que elaboraron el nuevo Manual Diagnóstico de las Enfermedades Mentales me hayan tenido en cuenta y le hayan puesto nombre a lo que me pasa... Seguro que el psicólogo sabrá decírmelo. Así me quedaré más tranquilo. Ya ves, al final, como te dije, poder verte ha sido importantísimo.

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