Es abrumador el creciente número de psicólogos, coachers y economistas de moda que salen continuamente en los medios de comunicación intentando demostrarnos que el denominado “pensamiento positivo” influye en el bienestar y en la felicidad de las personas. A menudo olvidan decirnos que aunque algunos resultados puedan sugerir una correlación entre el bienestar (¿qué significa este término?) y la puesta en práctica de eso que llaman “pensamiento positivo”, son mucho más numerosas las demostraciones de que el hundimiento de las ilusiones suscita profundos desengaños que a menudo conducen a formas de depresión patológica. Y es que todos sabemos que cuanto más grandes son las expectativas, más devastador es el efecto de la desilusión cuando éstas no se realizan.
Las personas que han investigado al respecto saben muy bien que el mecanismo de la profecía autocumplida funciona mucho más en sentido negativo que positivo. Cuando, de modo voluntario y consciente, nos esforzamos en ser positivos el resultado es paradójico. Por ejemplo, si el paciente al que atiendo está triste y yo me esfuerzo en decirle que debe pensar en positivo y que así se acaba su problema, termina deprimiéndose todavía más. Si tiene miedo y le digo que lo que tiene que hacer es pensar de forma optimista, acaba asustándose más aún. Tengo muy claro que no ayudaré a nadie de esta manera. Los defensores del pensamiento positivo infravaloran las evidencias empíricas de los efectos casi siempre paradójicos del intento de influir sobre la realidad. No suelen decir en sus libros ni en sus conferencias que fenómenos muy conocidos como el “efecto placebo” y el “efecto expectativa” del paciente, no se obtienen a través del esfuerzo voluntario de pensar algo así como “sé que esta pastilla es un placebo pero si pienso que es un potente analgésico me va a pasar el dolor de cabeza” sino gracias a elementos sugestivos involuntarios y no conscientes. Cuando el autoengaño se hace explícito pierde su poder. El pensamiento positivo únicamente funciona cuando ya se han obtenido los resultados positivos, pero porque en esos casos la confianza en las capacidades propias aumenta (y por tanto los esfuerzos en esa misma línea) gracias a que comprobamos nuestra eficacia, es decir, justo lo opuesto a esa expectativa ilusoria que propone el “pensamiento positivo”.
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