Los psicólogos podemos dejarnos seducir también por esta opción y vislumbrar al paciente como un mero organismo. Así lo hace, de hecho, la llamada psicología científica. Pero también podemos alejarnos de posturas oficiales y acercarnos a la persona como alguien que siente, piensa, influye y es influida por los demás. Hay unas palabras de Jean Paul Sartre al respecto muy significativas: “No es posible entender las dolencias psíquicas desde afuera, a partir del determinismo positivista, ni reconstruirlas mediante una combinación de conceptos que se mantengan exteriores a la enfermedad vivida. No se puede estudiar ni curar una neurosis sin un respeto fundamental por la persona, sin un esfuerzo por captar la situación y por revivirla, y sin un proceso que trate de encontrar la respuesta de la persona a esa situación. Pienso, como muchos de ustedes, que la enfermedad mental no es más que la salida que el organismo libre, en una unidad total, inventa para poder vivir una situación no vivible.”
No pretendo ser un antipsicólogo ni nada por el estilo. La antipsiquiatría como marca o slogan tuvo su momento y sus grandes defensores. El truco publicitario ya cumplió su misión. Lo que importa ahora no es la semiología sino la semántica. No tanto la palabra en sí, sino su significado a partir de cada realidad concreta y la relación que esta realidad tiene con nosotros. Creo que es cada vez más imprescindible que los psicólogos orientemos nuestra actividad profesional en un constante proceso autocrítico y evitemos, ante todo, la burocratización que está destruyendo nuestra credibilidad.
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