Es frecuente que relacionemos la parte inconsciente de una persona con su parte más irreflexiva, y viceversa; la parte consciente de la mano de la reflexión racional. No obstante, no es difícil aceptar que cualquier reflexión intelectual es, por supuesto, siempre consciente, pero también es fácil de ver que no todo lo que es consciente es reflexión intelectual. Si nos proponemos hablar del inconsciente y lo consciente como estados de conocimiento y falta de conocimiento, respectivamente, más que como “partes” de la personalidad, también tendríamos que considerar qué es lo que impide que una experiencia llegue a nuestro conocimiento, y no sólo eso, sino también la razón por la que habríamos de intentar ampliar el dominio del territorio consciente.
Imagen: www.simplypsychology.com
Es obvio que gran parte de lo que las personas tenemos en nuestra mente consciente es ficción y engaño; y es así, no tanto porque seamos incapaces de ver “la verdad”, sino, entre otras razones, por la función de la sociedad. La mayor parte de la historia humana se caracteriza por el hecho de que una pequeña minoría ha dominado y explotado a la mayoría de sus semejantes. Para hacerlo, la minoría utiliza, por lo general, la fuerza física (sí, la violencia), implícita y también en muchas ocasiones explícita (ya se sabe, violencia legal si la ejerce el dominador, acto delictivo o terrorismo si la ejerce el dominado ). Tampoco hay que ser ingenuo y pensar que este tipo de fuerza, por sí sola, es suficiente para mantener cualquier situación en el tiempo. A la larga, la mayoría ha tenido que aceptar su propia explotación voluntariamente, y esto sólo es posible si su mente se ha llenado de mentiras y ficciones que justifican y explican su aceptación del dominio de la minoría.
Foto: @Anton_Gomez
La “minoría dominadora”, siendo consciente de la imposibilidad del individuo de vivir en una permanente disonancia cognitiva, facilita a un precio muy asequible una amplia gama de mentiras y excusas que sabe que la amplia mayoría de la “mayoría dominada” (valga la redundancia), comprará (y nunca mejor dicho) gustosamente para poder “vivir normalmente”. Para esos pocos que no “compran” ya se les buscarán otros mecanismos de control. De este modo, la sociedad no sólo contribuirá activamente a infundir nociones ficticias e irreales, sino que intentará impedir que aflore la conciencia de la realidad. Y es precisamente este punto el que nos conduce directamente a uno de los problemas centrales de cualquier terapia psicológica: la represión.
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