lunes, 23 de diciembre de 2013

Artículo de Andrés Sampayo en El Correo Gallego


FUERTE Y BRILLANTE, DÉBIL Y TONTO

Decía Perls que la gran diferencia entre un terapeuta y su paciente es (o debería ser) que el primero
reconoce su enfermedad y no se opone a ella, mientras que el segundo se niega, se la quiere quitar de encima y su fantasía es realizar el tratamiento para no ser más un enfermo. Y por eso es tan frecuente encontrarnos con personas que realizan giras eternas de psicólogo en psicólogo, y de psiquiatra en psiquiatra, esperando que alguno le proporcione ese consejo “mágico” o esa pócima “sanadora” que le haga dejar atrás para siempre su enfermedad. Y ni ese consejo supremo aparece ni esa pócima magistral hace acto de presencia. Entre terapias superficiales que se centran en modificar conductas y cogniciones como si éstas surgieran y desaparecieran casi al azar y de modo caprichoso, y tratamientos farmacológicos que anestesian y esconden síntomas a costa de nuevas dependencias, transcurre el día a día de estos pacientes. Puede ser ese “eterno enfermo” a la vez una persona de “éxito”, no está reñida una cosa con la otra, al contrario, es bastante habitual; pero lo que sí es seguro es que vive disfrazado sin “darse cuenta”. El disfraz se encajó al cuerpo y es fácil confundirlo con la piel. Incluso podríamos preguntarnos: ¿quién dice que sea algo diferente? Mientras exista la duda...
Hasta que un día, la obra de teatro termina, el disfraz se cae, su autoimagen se resquebraja, y esa persona “de éxito”, que tuvo una ascensión “meteórica” pero que a la vez siempre se pensaba “enfermo” se rompe... Es decir, fracasa, o se siente fracasada. Las partes negadas en su proceso vital reclaman atención y protestan. Están ahí, y quieren que la persona las mire. La “crisis” requerirá un acompañamiento en la bajada al agujero negro, a la “noche oscura del alma”, como dice el propio Perls. La persona tendrá que volver a recuperarse a sí misma no solamente como alguien fuerte, brillante, poderoso, astuto, inteligente, guapo y talentoso, sino también como alguien débil, tonto, frágil, cruel, malo, mediocre, paleto, vacío... Y así completar su autoimagen con los trozos que se obligó (y le obligaron) a abandonar en el camino. La terapia tendrá que retomar esas partes y sentimientos negados, y permitir que concluyan y se cierren. A lo largo del proceso terapéutico quizá logre dejar de perseguir algo que es inalcanzable, y aprenda a aceptar. Y ojo, porque aquí surgen siempre muchos malentendidos; la aceptación no tiene nada que ver con la resignación.

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