jueves, 12 de diciembre de 2013

La farmacia del cerebro


Día de carrera. Me levanto de la cama. Con el pie izquierdo, no. Con el derecho tampoco. Los dos a la vez. En Mónaco me fue bien así. Desayuno. Pongo mi canción favorita cinco veces seguidas. La última vez la puse cuatro y salió mal. Me visto. Los dos calcetines a la vez. Acuérdate, siempre a la vez. Esto me lleva su tiempo. No es tan fácil, no se crean. Calzones rojos como el coche. Colonia, la mía mejor que no que la única vez que me la eché estrellé el coche...




Todos los análisis teóricos y todas las estadísticas del mundo de sus asesores personales no logran arrancar a Fernando más que unas gotas emocionales de “tranquilidad”. Los humanos (no Fernando), cuando tenemos miedo podemos recurrir al invento de los productos químicos que contribuyen a crear un clima de euforia (del griego “eu”, bien, y “ferein”, llevar): alcohol, tranquimazin u otros fármacos. Fernando no puede recurrir a estos ingenios químicos para hacer frente a la invasión del miedo, ya que necesita tener sus facultades sensoriales y mentales totalmente despejadas. Fernando borracho iría eufórico al volante y sus conversaciones por radio serían más emocionantes que las que tiene sereno (y ya es decir), se pagarían aún muchos más millones de los que se pagan por tener los derechos de retransmisión de la Fórmula 1, pero lamentablemente, aún no siendo de este mundo, Fernando no saldría ileso de la primera curva.


Encuentra sin embargo el legendario corredor que ha de jugarse la vida por un puesto en el podio, toda una despensa de tranquilizantes provistos por la cultura de su sociedad en la botica mágica y religiosa. El corredor, sobre todo en el día de la carrera, procura respetar meticulosamente el código mágico de la sociedad española (evitar ciertos colores, números, personas gafes y realizar ciertos gestos prescritos). Sea cual sea la influencia real de ciertas fuerzas o seres misteriosos, el corredor, después de seguir paso a paso el ritual previsto, se siente más seguro, es decir, consigue que su ordenador cerebral, como un farmacéutico, le suministre un tranquilizante emocional que le permita hacer frente al miedo desencadenado por otro departamento cerebral que le asegura que va a jugarse la vida en la pista dentro de un rato.




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