Paradójicamente, examinar su mundo sexual y meditar sobre él sin ningún tipo de inhibición, fue la única manera de no quedarse atascado allí. Poco a poco, dejó de sentir tanta vergüenza por sus deseos eróticos, éstos tomaron su lugar natural, y fue capaz de seguir adelante con su vida familiar y laboral. Creo que su caso podría ser una lección para muchos grupos religiosos, tanto de Oriente como de Occidente, que ya han tenido que aprender más de una vez. Ignorar el instinto sexual sólo sirve para fortalecerlo, como testifican los escándalos sexuales que han hecho zozobrar a muchos grupos espirituales y a sus líderes. Debemos tener claro que si bien el sexo no puede ser ignorado, es posible ponerlo en su lugar. Y es que la sexualidad sólo es una amenaza cuando no está integrada con normalidad en la vida de una persona.
viernes, 2 de mayo de 2014
Eso del sexo...
Aunque el placer sexual está mucho más aceptado que en tiempos de Freud, las inhibiciones en torno a la libertad y la felicidad en la sexualidad no han desaparecido. Tal vez han sido complementadas por una actitud de indulgencia, pero las inhibiciones descritas por Freud persisten. El problema principal suele ser la falta de integración de la sexualidad en la vida de algunas personas. Ven la sexualidad como un “ello”, como algo separado que amenaza el resto de su persona. Recuerdo, en las prácticas de la carrera, haber estudiado el caso de un paciente, educado en el estricto entorno de una familia católica, que acudía a terapia tras varios retiros voluntarios en monasterios, y que insistía permanentemente en el hecho de que él podía dejar el sexo cuando quisiera, que no sentía ningún tipo de impulso al respecto. Por debajo de estas afirmaciones, nos aclaraba el profesor, estaba su deseo de integrar su sexualidad, y sus miedos a que tal integración fuera imposible, ya que “su naturaleza animal le abrumaría si él le diese la oportunidad”. Recuerdo que el paciente relataba sueños en el que la iglesia de su familia era invadida por juerguistas que bailaban, bebían y practicaban sexo en lugares sagrados. También fantaseaba con supuestos encuentros con desconocidas en los que practicaba diversos tipos de dominación con claros tintes sadomasoquistas. Quería mostrar, decía, lo peligroso que podía ser para él, dar rienda suelta a su imaginación erótica.
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