Las palabras son poderosas y deben ser manejadas con cuidado. Bajo ciertas circunstancias una palabra casual puede golpear con la fuerza de un proyectil. Los niños son más sugestionables y tienden a tomar las cosas en su sentido literal. Hace dos meses una amiga que trabaja como auxiliar de limpieza vino a hablar conmigo para comentarme que se encontraba “muy quemada” por el trabajo. Como ese día no tenía con quien dejar a su hijo de tres años, vino con él a la consulta. La semana pasada la chica me decía que desde entonces su hijo vive angustiado pensando que su mamá trabaja entre llamas de fuego. La gota que colmó el vaso fue cuando un día antes el crío rompió a llorar desconsoladamente al ver entrar a su madre por la puerta y se puso a gritar: “¡Por favor, mamá, no vuelvas más a ese trabajo! ¡Un día no van a poder apagarte y no volveré a verte más!”
Accidentes similares con las palabras pueden sucedernos también a los adultos. En el nivel consciente somos relativamente racionales, pero en el inconsciente, nuestra mente sigue siendo tan literal y sugestionable como lo fue en la niñez. Durante una enfermedad, bajo fuertes emociones, o bajo presión, nuestra mente consciente está parcialmente cerrada mientras que la inconsciente acepta y registra todo.
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