Dejo aquí el artículo que me publicó la semana pasada El Correo Gallego en su versión completa (la prensa siempre exige unos límites de espacio):
Mi escuela es la mejor
Existe una comprensible, aunque no excusable tendencia a sobrevalorar el éxito del tipo de terapia que uno generalmente utiliza en su consulta, pero la realidad es que la historia de la psicología y de la psiquiatría están llenas de “curaciones felices” que no han podido sobrevivir a un examen más detenido. ¿Es acaso del todo realista basar la propia aceptación de una terapia en la división, seguramente parcial, por parte del clasificador de los sujetos en las categorías de “curados”, “muy mejorados” y “sin ninguna mejoría”?
La psicología nos ha enseñado que aunque pensemos que estamos hablando de otra cosa, en realidad es muy posible que estemos hablando de nosotros mismos. Mostrando cómo hablamos de una terapia estamos mostrando también cómo somos, y no sólo como profesionales, sino también como personas. Sería muy positivo que, no sólo como psicólogos, sino también como seres humanos, intentáramos escuchar más y buscáramos con mayor ahínco la integración en lugar de la exclusión. No deja de resultar paradójico que una disciplina que, dicho con un lenguaje u otro, trata de ayudar a las personas a ver lo limitado de su concepción del mundo y lo innecesariamente estrecho de los márgenes entre los que su conducta tiene lugar, tenga tantas dificultades para tratar estas mismas limitaciones en sí misma. Es probable que esta situación tenga que ver con el modo en que se han desarrollado y se desarrollan las distintas escuelas y técnicas de psicoterapia: una figura fundacional con cierta originalidad y algo de carisma alrededor de la cual se agrupan sus seguidores, se crean criterios de pertenencia al grupo y se trata al nuevo pensamiento original como herético y al viejo como erróneo y desfasado. Podríamos pensar que una gran responsabilidad de todo esto es de esas figuras fundacionales a las que nos referíamos, sin embargo, si leemos a los grandes autores en sus obras originales percibimos una mayor apertura de mente que la que se ve en la lectura que de su propia obra propone su escuela: Skinner (conductista) cita a Freud en numerosas ocasiones con acierto y respeto, Maslow (humanista) se desmarca de antifreudianos y anticonductistas, Bateson (sistémico) combina crítica y reconocimiento al hablar del psicoanálisis...Y es que lo malo no es no poder ver más allá de un límite sino excluir lo que otros, desde otras perspectivas, han visto.
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