“Lo tengo más que comprobado. No me mira a los ojos cuando entra por la mañana en el despacho porque lo sabe todo. Tiene medios técnicos muy sotisficados y un montón de personal a su alrededor que le cuentan mis cosas…”
Una vez bien atrincheradas, las teorías y explicaciones que damos a lo que nos ocurre, son muy difíciles de desalojar. Del mismo modo que Ptolomeo añadió epiciclo sobre epiciclo para salvar su teoría de la órbita planetaria, los demás también tendemos a embellecer y adornar cualquier teoría o explicación para convencer a otros (y sobre todo a nosotros mismos) de su valía y acierto.
Recuerdo el experimento que un profesor de la facultad nos contó en su clase hace ya algunos años sobre dos individuos, llamémosles José y Paco, a los que se les pedía que intentaran reconocer, por el método de ensayo y error, la diferencia en el aspecto físico entre ratones sanos y ratones enfermos. Naturalmente, ni Paco ni José eran biólogos ni habían estudiado nada sobre el tema. Cada uno de ellos debía responder “sano” o “enfermo” a las diapositivas que se le iban enseñando. Se les comunicaba que cada vez que se encendiera una luz que había en su mesa significaría que habían respondido correctamente. La realidad era que sólo las respuestas correctas de José eran indicadas con la señal luminosa. Paco, que estaba al otro lado de la habitación y que veía las mismas diapositivas y en el mismo orden, recibía la señal luminosa aleatoriamente, es decir, que lo que respondía no tenía ningún efecto sobre su señal luminosa. Posteriormente, cuando se les pedía que explicasen su “teoría del aspecto físico de los ratones enfermos”, la de José resultaba ser sencilla, concisa y directa. Las ideas de Paco, por el contrario, eran complejas, intrincadas y sumamente elaboradas… Pero lo más curioso del caso es que José quedaba totalmente impresionado por la “brillantez” de la explicación de Paco y cuando se le pidió repetir la prueba en un segundo intento, su actuación pasó a ser considerablemente peor que en la primera, presumiblemente por la influencia de las abstrusas y ptolemaicas ideas de Paco… En realidad, no creo que hiciese falta ninguna investigación formal para darnos cuenta de que nos dejamos impresionar más fácilmente por los galimatías que no entendemos que por las simples observaciones y deducciones que entendemos. Al final, casi siempre preferimos las hipótesis peludas al afeitado con la cuchilla de Ockham.
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