miércoles, 7 de enero de 2015
Sabina, Soler y otros niños
La prensa, los telediarios y las redes sociales se llenaron a mediados del mes pasado de comentarios más o menos afortunados sobre ese “problema mental” al que el fantástico cantautor de Úbeda se refirió jocosamente con un “me ha dado un Pastora Soler”. Sabina, en efecto, estaba hablando de una de las fobias que tratamos más a menudo en las consultas de psicología: el miedo escénico. Pensé en algunos de mis pacientes, no tan famosos, pero eso sí, con una forma común de enfrentarse y de percibir situaciones en las que la evaluación “de los otros” se vuelve una espada de Damocles que les hace evitar (en sus múltiples modalidades) una y otra vez aquello que temen... Y me vinieron a la mente sobre todo los niños que sufren ese mismo tipo de miedo. Salir a dar la lección en clase, leer delante de los compañeros, tirar un penalti o un tiro libre mientras un montón de personas observan... Seguramente estas situaciones nos resulten más familiares. No hace falta irse a grandes nombres ni a grandes escenarios. La evitación (ya mencionada), la demanda de protección y ayuda, y la necesidad imperiosa de control (que hace perder el control) son las tres trampas ante las que una y otra vez sucumbe el fóbico. En ellos emerge continuamente la memoria visceral y sensorial que mantiene activas las sensaciones inquietantes ya vividas con anterioridad, haciendo que se muestren incluso en ausencia del estímulo. Podríamos decir que la mente construye aquello de lo que más tarde se asusta. Suelo decir que la técnica más efectiva para hacer que una persona salga de esta cárcel psicológica es la que en psicoterapia breve estratégica se llama “situarse en la peor fantasía”. El objetivo no es otro que guiar al paciente para que aprenda a enfrentarse al miedo y lo convierta en valor. Y es que como ya indicaba una antigua tabla sumeria: “cuando nos enfrentamos al miedo, éste se convierte en coraje, pero cuando lo evitamos, éste se torna pánico”.
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