lunes, 10 de noviembre de 2014

Depresión

El Correo Gallego me publica hoy este artículo:

LA DEPRESIÓN COMO GRIPE

Es habitual que los pacientes vengan a la consulta hablando de la depresión como si fuera algo que está dentro de ellos, y más concretamente, de su cerebro. Me piden que se la quite de ahí, y cuando lo haga y ya se encuentren bien, será cuando empezarán ellos a relacionarse de nuevo con el mundo... Mientras tanto no puedo pedirles nada porque “eso” está ahí... No suele ser bien recibido que yo les diga que la depresión no le “sale” a uno de ningún sitio como le podría salir una erupción ni tampoco le “entra” como acaso entra una gripe. Deberíamos empezar a entender la depresión desde una concepción contextual, la cual es completamente distinta a la habitual concepción médica o del déficit. El modelo contextual supone que la depresión es más una situación dentro de la que está la persona que algo que la persona tiene dentro de sí misma. Leía el otro día en un manual de terapias de tercera generación que el término alemán “stimmung” se podría traducir al castellano como un estado de ánimo indisoluble de uno con el mundo, y me pareció que eso sí se podría acercar a mi idea al respecto. En vez de hablar de enfermedad, veo más constructivo y terapéutico situar a la depresión en un circuito de antecedentes y consecuentes. Los antecedentes son a veces fáciles de identificar (eventos vitales negativos, circunstancias personales) y otras veces difíciles, según están sumidos en la historia biográfica. Dada la disminución de alicientes y del sentido de la vida, un patrón de evitación consistente en dejar de hacer actividades y la rumiación de pensamientos, así como la tristeza y el desánimo, son normales... Y lo son por frecuentes y hasta por funcionales... en principio. ¿Y cuándo estas respuestas dejan de ser normales, funcionales y adaptativas, para convertirse en “depresión”? No es fácil de determinar y de hecho seguramente no hay un punto fijo, ni un termómetro que lo mida, siendo el punto crítico en cada caso relativamente idiosincrásico. Quizás podríamos resolver esta cuestión definiendo el trastorno psicológico como un esfuerzo contraproducente por resolver una situación problemática, en el que las propias conductas y reacciones resultan ellas mismas parte del problema. Estar triste, desanimado o desmoralizado no es propiamente el problema ya que no deja de ser una situación más de la vida por la que todos pasamos en algún momento, sino que es la forma en que respondemos a esas experiencias y eventos privados la que desarrolla el problema, de modo que, como ocurre en muchas ocasiones, y aunque resulte paradójico, son en realidad nuestros intentos de solución los que acaban constituyendo la depresión.

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