SILENCIO
Leía la semana pasada un trabajo de investigación que indaga en los puntos comunes que existen entre algunas prácticas religiosas y ciertas técnicas de psicoterapia. Me llamó la atención la descripción del “darshan”, un fenómeno de la cultura religiosa india en el que los devotos de un maestro espiritual vienen a estar en su presencia y compañía por un rato. Se explicaba que en este tipo de encuentros, hablar no es una gran parte de la interacción, y sin embargo, la experiencia suele ser muy buscada y valorada. Se dice que el profesor “da darshan” o que el devoto lo “recibe”. Aunque prácticamente no hay comunicación verbal, el silencio del maestro no transmite ausencia o falta de interés. El maestro “está ahí en todo momento”, y su presencia, transmitida a través de la cualidad de su atención, es una intensa fuerza emocional que suscita una clara respuesta en el devoto. Decía que me llamó la atención porque mientras leía esta descripción no pude evitar acordarme de ciertas ocasiones en las que estoy sentado en mi consulta de psicoterapia. Freud dijo en su momento que el psicoanálisis “curaba hablando”, y curiosamente, lo primero que cultivó fue el uso terapéutico del silencio.
En los estudios de psiquiatría y psicología no suelen mencionarse las posibilidades terapéuticas del silencio, y sin embargo, todos los que nos dedicamos a esto, sabemos que es una de las piedras angulares de nuestro trabajo. No se trata de ser una caricatura de un analista siempre silencioso y sin respuestas, pero es fundamental para nuestra profesión (y para cualquier relación interpersonal íntima) no tener miedo de permitir que haya silencio. Ese silencio no puede evocar o ser sentido como ausencia. En ese caso se vuelve destructivo. Supongo que es ese tipo de silencio al que le cantan algunos cantautores y poetas. Me viene a la mente esa melancólica canción del gran artista coruñés César de Centi en la que se lamenta de todo ese silencio que alguien muy cercano a él le regaló. En el extremo opuesto se sitúa el silencio al que yo me refiero. Un silencio que sin duda puede llegar a ser terapéutico; un silencio que se muestra en forma de presencia evocadora, un silencio que hace que los sentimientos de la persona que está con nosotros puedan emerger en eso que los humanistas llaman el “aquí y ahora”. Ese silencio no está muerto, ni paralizado, sino lleno de textura y posibilidades. Y puede ser tremendamente hermoso.
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