LA LUZ DE LEONARD COHEN
Suele decirse que muchas de las canciones de este fantástico cantautor inducen a la depresión y a la autodestrucción, y en parte es cierto. De hecho, en los años setenta se le adjudicó un oscuro record que consistía en ser el músico que más suicidios “provocaba” (en los reproductores de vinilo de algunas personas que se habían quitado la vida por entonces aparecían con cierta frecuencia los discos del canadiense). Dicen sus biógrafos que Leonard pasó buena parte de su vida entrando y saliendo de severas depresiones hasta que una serie de retiros prolongados en monasterios zen lograron serenar su estado de ánimo. En sus canciones son frecuentes los versos que reflejan el sufrimiento y la desmoralización, pero también, sobre todo en la última parte de su obra, muchos otros que arrojan luz y calma sobre las tormentas emocionales.
Los profesionales de la salud mental sabemos que el comportamiento base del paciente depresivo es la renuncia: dado que va a sufrir de todas formas, prefiere ya “ni siquiera intentarlo”. Podría parecer que un retiro “zen” como el de Cohen estaría en sintonía con esa idea de renuncia pero no es así. El afrontamiento de los propios infiernos, y la disciplina a la hora de hacerlo, son objetivos prioritarios en estos centros. Otra característica importante que aparece en bastantes ocasiones en los pacientes depresivos consiste en relegarse al papel de víctima que delega continuamente en los demás la tarea de hacerlos sentir bien. En este sentido hay que decir que el chantaje emocional puede llegar a ser devastador para la gente más cercana. Se suele observar una tercera cualidad que define el comportamiento del depresivo y es la de contar sus penas abiertamente a cualquiera o, por el contrario, encerrarse en un estrepitoso silencio (a Cohen le apodaron en el monasterio “el silencioso”). Cuando nos encontramos con estas dos últimas características entendemos que la terapia no sólo debe involucrar al paciente, sino a las personas que lo rodean. Normalmente, es eficaz guiar a los familiares para que proporcionen al depresivo un espacio prefijado donde concentrar sus lamentaciones (lo que se conoce como técnica del púlpito) para luego, fuera de dicho ritual terapéutico, evitar cualquier discurso relativo a sus quejas. En algunas personas también es posible optar por la alternativa de hacerlo por escrito, actividad que suele tener un gran poder terapéutico, en parte gracias al distanciamiento emotivo que se produce y que provoca a su vez el desbloqueo de recursos de la persona. Empezarán a tener sentido entonces palabras como las de san Francisco de Asís cuando decía que “un simple rayo de luz puede rasgar las tinieblas más tenebrosas”, o siendo un poco más modernos, podrán identificarse con el estribillo de ese “Himno” del depresivo cantautor canadiense que afirma que “hay una grieta en todo... Así es como entra la luz”.
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