lunes, 15 de enero de 2018

Adicciones

La terapia con pacientes que tienen problemas de adicción es sin lugar a dudas de las más complicadas. Una de las causas de que así sea es que no suelen tener conciencia de su problema y que además su nivel de autorreflexión es muy bajo. Mi experiencia es que el sistema de creencias que poseen para ignorar la propia responsabilidad suele estar muy bien estructurado y ser muy resistente. Por ello, el inicio de la terapia se centra habitualmente en la confrontación de sus actos y en la búsqueda de la asunción de responsabilidad de los mismos. No obstante, creo que uno de los errores de algunos enfoques terapéuticos es precisamente centrarse únicamente en esa búsqueda de responsabilidad, ya que por sí misma es insuficiente para dejar la adicción (sin olvidarnos de que genera enormes dosis de ansiedad, además de un sentido de la identidad muy conflictivo). La persona con adicción, una vez que asume su problema y lo que ha hecho, y realiza sus primeros intentos de pasar temporadas sin consumir, también empieza a verse a sí mismo como una persona que fue algo (un “yonqui” si se quiere, pero algo), que tuvo una identidad y que ahora no la tiene. Es frecuente escuchar frases como “de acuerdo, antes era un maldito yonqui pero ahora ¿qué me queda? ¿qué soy? Antes por lo menos tenía un objetivo cada día que era pillar, pero ahora no tengo ni eso porque se supone que no puedo seguir haciéndolo”. Estas situaciones son muy comunes y explican la gran cantidad de recaídas que se producen en las adicciones. La persona retoma su antigua narrativa vital, la que definía su yo (ya que piensa que es mejor volver a ser algo que no ser nada) y vuelve a consumir. Hay un tango precioso que canta Gardel (aunque no sé quien lo compuso) que se titula “Cuesta abajo” que dice: “la vergüenza de haber sido/ y el dolor de ya no ser”... En efecto, la vergüenza resuena en muchos casos con la experiencia primaria previa al comportamiento problemático haciéndoles recordar momentos de la vida en que eran personas tímidas o en que se percibían a sí mismas como incapaces. Por ello, el trabajo terapéutico tiene que intentar dar una alternativa tanto a su situación actual como a su historia primaria de deficiencia. No podemos basarnos sólo en responsabilizarles y darles nuevas estrategias para controlar sus impulsos. Uno intenta controlar sus impulsos si sabe cómo, pero sobre todo si está motivado para ello. Se trata de dar un nuevo sentido a sus vidas. Para ello podemos tomar como punto de partida su propio pasado, indagando en las excepciones que se encuentran en cualquier relato y buscando alternativas que permitan redefinir el sentido de la vergüenza en un futuro distinto, en una especie de reinvención de sí mismos.

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