lunes, 20 de octubre de 2014

¿Qué estamos diagnosticando?

El fin de semana El Correo Gallego nos publicaba este artículo:


¿SON ENFERMEDADES?

Hace tiempo que la psicología y la psiquiatría están sumidas en una considerable crisis. Con la predestinación genética en tela de juicio, sin marcadores biológicos, sin psicopatología y, lo que faltaba, sin diagnósticos. El flamante DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) ha sido poco menos que desautorizado y prácticamente desahuciado por algunas de las voces más relevantes y respetadas del gremio de la salud mental. La salida a este laberinto en el que estamos parece dividirse en dos caminos: un mayor enloquecimiento ultrabiologicista buscando desesperadamente lo que no se encuentra, o un asentamiento en el terreno que queda entre el individuo y la sociedad, que es donde los pacientes tienen los problemas que tienen, y donde, para mí, debería estar la psicología, dejándonos de paso por el camino esa obsesión con el modelo médico. Y es que el problema del modelo médico, cualquiera que sea su variante, es que, en realidad, los trastornos mentales no son exactamente enfermedades. Por mucho que intentemos convencernos de lo contrario no podemos decir que constituyan categorías diagnósticas con entidad definida. 




Los diagnósticos del DSM se sabe que tienen fiabilidad (aunque nunca puede hablarse de fiabilidad en términos absolutos ya que los instrumentos de medida dependerán de los contextos de aplicación), pero no por ello tienen validez, que en realidad es lo relevante. Una medida puede ser fiable y, sin embargo, ser de poca validez para el propósito que se mide. La frecuente comorbilidad y la invención de nuevas categorías clínicas en cada nuevo manual son pruebas evidentes de la falta de validez de esas categorías. Lamentablemente para el paciente, lo que suele ocurrir es que los diagnósticos tipo DSM acaban dejando fuera buena parte del contenido de lo que le pasa a la persona. Tampoco sirven para predecir la evolución, ni mucho menos la respuesta al tratamiento. No deja de resultarme curioso que aparezca tantas veces eso de “Resistencia al Tratamiento” pues no deja de ser un diagnóstico que, además de tautológico, pone de nuevo en evidencia la mencionada validez (en este caso validez predictiva), convirtiendo el fallo de la medicación en un criterio diagnóstico. Si finalmente entráramos en el terreno de la validez conceptual creo que nos daríamos cuenta de que el problema es aún más grave, y es que a veces los psicólogos y psiquiatras deberíamos preguntarnos: ¿sabemos qué son realmente los fenómenos clínicos que estamos diagnosticando?

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