jueves, 19 de junio de 2014

De vuelta...

Hemos estado unos días fuera de servicio. Poco a poco volveremos a la normalidad. Dejo aquí el último artículo que nos había publicado El Correo Gallego:



LA MULETA QUÍMICA

El miedo patológico es, sin duda, uno de los problemas psicológicos que más atiendo en la consulta. La OMS lo catalogó hace diez años como una de las patologías humanas más importantes y es que por aquel entonces ya afectaba a más del veinte por ciento de la población mundial. Todos sabemos que existen numerosos tipos de fobia que se diferencian fundamentalmente en lo que las desencadena: desde el miedo a perder el control y enloquecer, a sonrojarse en público, a morir por una enfermedad fulminante, a volar, a los perros, a las arañas, a los pájaros, al agua... Sin embargo, el proceso por el que se llega a la psicopatología es habitualmente el mismo. Todos los fóbicos entran en un círculo vicioso que deriva de sus intentos de mitigar ese miedo: la evitación, la demanda de protección y la búsqueda de control (que a su vez les hace perder el control). La combinación de estas tres modalidades de reacción ante el miedo conduce al cabo de pocos meses a una reclusión forzosa en su propia prisión. Parece evidente que la terapia debería intentar interrumpir ese círculo vicioso que el sujeto pone en marcha mediante sus propios intentos fallidos de gestionar su miedo. Podríamos pensar que siendo así, bastaría con explicarle al sujeto dónde se equivoca y pedirle que corrija su comportamiento. Sin embargo, también es bien sabido que todo ser vivo se opone a un cambio de su equilibrio, incluso cuando es claramente disfuncional, de modo que no es tan fácil hacer que un fóbico deje de evitar, de pedir protección y de tratar de controlar lo que no puede controlar.


                          

Decían ya los antiguos sumerios que “cuando nos enfrentamos al miedo, éste se convierte en coraje, pero cuando lo evitamos, éste se convierte en pánico”. Salvando las distancias y viéndolo desde un enfoque cinematográfico, en la película Rocky Balboa me parece muy inspiradora la escena en la que el boxeador le dice a su pupilo que “el miedo es como el fuego que arde en tu interior, si no lo controlas te quemará, pero si lo sabes usar podrá ser un arma muy poderosa”. Llevado a la práctica, al fóbico no le queda más remedio que aprender a sumergirse voluntariamente en sus peores imágenes mentales. Al hacerlo, se crea el efecto paradójico de la anulación de la sintomatología. Vendría a ser como si se evocara un fantasma una y otra vez para luego tocarlo y hacer que se desvanezca. Los estudios señalan que un noventa por ciento de las fobias tratadas en terapia resuelven el problema sin recurrir a fármacos. Y es que éstos últimos constituyen una variante del círculo vicioso propuesto anteriormente: por un lado, la muleta química reduce la ansiedad (evitación), y por otro confirma a la persona su incapacidad de conseguirlo por sí mismo.

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