martes, 4 de febrero de 2020

Artículo en El Correo Gallego

Artículo para El Correo Gallego: https://www.elcorreogallego.es/opinion/firmas/ecg/rambo-terapia/idEdicion-2020-02-04/idNoticia-1227755/

EJEMPLO DE ENFOQUE ECLÉCTICO (RAMBO EN TERAPIA)

Entró por la puerta del consultorio, se sentó y dijo que su problema era que no sentía las piernas. Ya... qué curioso... y eso qué significa para ti... exploremos... Qué te viene a la mente... Qué asocias... Déjate ir... Me miraba ido (o igual el que estaba ido era yo), como si viese en mí a un policía de algún pueblo recóndito de los Estados Unidos que le estuviese diciendo que no era bienvenido. Tensó aún más su rostro y me dijo que no hablaría... Ya... Entiendo... No quieres hablar conmigo... Interesante esta resistencia que muestras...Entonces me di cuenta que en mis sentimientos contratransferenciales surgía la figura de un vengativo vietnamita dispuesto a cortarle el torso de arriba a abajo con un cuchillo de caza. Misterios de la contratransferencia. Dejé a un lado el psicoanálisis y pegué un estruendoso (y cognitivo-conductual) golpe en la mesa como brillante “parada de pensamiento” que le permitiera interrumpir el bucle de rumiaciones en el que interpretaba que el hombre estaba metido. El golpe sí le hizo asociar, y no precisamente con algo tranquilo. Se levantó del asiento y me cogió con fuerza de la camisa, zarandeándome y clavándome sus ojos de loco. Está bien, está bien, tranquilo... Parece que no te gustan los sustos, jajajaja. Era una broma... Un poco de risoterapia para soltar tensión... Probemos otra cosa: técnicas de relajación. Ponte cómodo en el asiento. Ahora inspira, así, ¿ves?, percibe como tus pulmones se llenan de aire y te vas sintiendo pleno, lleno de vida... y ahora expira, poco a poco, suave, dejando que fluya el aire hacia el exterior, muy bien, vaciándote de tensión. Lo miré de reojo y pude comprobar que en realidad el único que estaba haciendo el ejercicio era yo. El tipo me miraba de un modo cada vez más extraño (o el que miraba extraño era yo). De pronto cerró los ojos. Le pregunté si estaba cansado y me dijo que sí. Al parecer desde hacía unos meses se estaba levantando a las cuatro de la madrugada con el propósito de ir a correr por la ciudad. En su trayecto, me contó, iba saludando a los borrachos con los que se cruzaba, alegre él y alegres ellos, y finalizaba su recorrido en lo alto de las escaleras de la Quintana saltando y gritando “¡lo he logrado! ¡lo he logrado!” Entiendo... ¿Pero qué es eso tan importante que tienes que lograr? ¿Que qué tengo que lograr? Salir de su consulta cuanto antes. Y se fue, rompiendo la puerta de una patada. Estaba curado. Era imposible que su queja (no siento las piernas) siguiese en pie con semejante patada.


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