martes, 10 de diciembre de 2019

Artículo para El Correo Gallego

TRISTEZA (DEL REVÉS)

A través de la pantalla veo que Riley, la protagonista de la película de animación Inside Out, está triste, pero no puede estar triste. Sus padres necesitan a la niña alegre (“la viva imagen de la alegría”), y Alegría aparece, cada vez más forzada, más absurda, más estresada, hasta que cae, lejos, muy lejos, en las profundidades de la mente, y se lleva consigo a Tristeza. Porque claro, la una no puede vivir (ni existir) sin la otra. Y al mando quedan Miedo, Asco e Ira. Riley estaba triste, y no hace falta enumerar las razones ni justificar desde una supuesta objetividad el porqué de su tristeza. Porque es ella la que estaba triste (y no existe un manual ni un baremo que establezca causas objetivas para la tristeza). Al igual que a veces yo estoy triste. O tú. Y alguien te dice (con la mejor intención) “pero no estés triste, qué vas a solucionar con eso”, o “esa no es razón para estar así”... O a ese niño que llora y le regañan con un imperativo “deja de llorar”. Y suelo preguntarme quién tiene el problema, si el niño que llora o el adulto (padre, madre o quien sea) que no aguanta el llanto. El niño, desde luego, dejará de llorar (algún día) porque, sea lo que sea, ¿ya no le duele?, ¿ya no le entristece? O porque quizás así tranquiliza al adulto... Curiosamente los roles se invierten. Es el niño el que protege al adulto, el que lo resguarda de lo que éste no soporta. Pero esa protección tiene un coste. A veces un coste alto: lo que yo siento ya no importa, no es relevante, o peor aún, es inadecuado, peligroso, malo. Y las emociones (componente somático) se desconectan de su centro de control, del sentimiento (componente psíquico). 



Uno olvida, o quizá ya nunca supo, la funcionalidad de esa emoción (para qué) ni en qué lugar está el botón del volumen para poder bajar la intensidad, es decir, acceder a la tan manida regulación emocional. Regulación emocional no es aplastamiento emocional. Ni negación. Ni indiferencia. Regular puede ser, por ejemplo, reflejar (no negar), en nuestro rostro, y de un modo especular, la emoción del otro, si es posible, con un poco menos de dramatismo. A la vez le hablo, también reflejando, con mi tono de voz, su emoción, y de nuevo, con un punto menos de intensidad. Y esas maravillosas o terribles neuronas espejo (dependerá del espejo) tomarán nota. Por último le nombro, y me nombro, la emoción. Porque ya no es un tabú. Tristeza. O Miedo. O... Se llaman así. Y son tan necesarias como las otras emociones. Que se lo pregunten a Riley. https://www.elcorreogallego.es/tendencias/ecg/tristeza-reves/idEdicion-2019-12-09/idNoticia-1217878/

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