PETER PAN
Entre los dos anuncios más comentados de estas fiestas me
quedo con el de Ikea. No simpatizo demasiado con el psicólogo que aparece en el
de Ruavieja, pero sobre todo, no me convence su fondo ni su planteamiento. Y es
que no creo que se trate de la cantidad de tiempo que pasamos con alguien sino
de la calidad de ese tiempo, de lo que vamos a hacer, del contenido. No creo
que exista esa supuesta programación de nuestro cerebro para no pensar en el
tiempo que nos queda por vivir. Simplemente la cantidad no nos resulta tan
importante. ¿Qué prefieres ver, una película de una hora o una de tres horas?
¿Qué prefieres escuchar, una canción de tres minutos o una de diez? Pues
dependerá de lo que pase, y no tanto del tiempo de duración. En cualquier caso,
y si fuera cierta esa programación, dado que existe un programa en nuestro
cerebro para no pensar en lo que nos queda por vivir, poco nos aportará en
cuanto a poder cambiar nuestra manera de ver las cosas el anuncio en cuestión
ni los sabios consejos del psicólogo, ya que, supuestamente, estamos
programados. Entiendo que lo que necesitaremos será una nueva programación, así
que supongo que los programadores informáticos, que son los únicos que se
dedican en realidad a programar, tendrán que ponerse a ello. Creo que en el
otro anuncio, sin embargo, se pone el foco en las conversaciones, en lo que nos
pasa, en las palabras, en lo que nos contamos. Hay una sensación de estar
presenciando el discurso preso, alienado, vacío, frustrante, de los miembros de
una familia que se acaba reflejando directamente en nosotros mismos. ¿Yo
también estoy haciendo eso? ¿Qué cuento de mí? ¿Qué sé y que saben de mí?
¿Quién soy? ¿Qué me cuentan? ¿Qué sé de ellos? ¿Quiénes son? Puede que a veces,
el vernos, el compartir esa cena o esa comida, aunque no deje de ser
importante, no lo sea tanto. Y no lo es cuando estamos pero, en realidad, no
estamos.
Me imagino en el concurso del anuncio y de momento no deja de
consolarme verme acertando la pregunta esa de cuál es la película favorita de
mi hijo. Si las circunstancias me lo permiten intentaré seguir siendo su
capitán Garfio mientras luchamos en lo alto del mástil, pero también no
quedarme atrás cuando Campanilla rocíe de polvo mágico el barco pirata y sea
hora de marcharse de Nunca Jamás, de vuelta a casa. Por entonces tendremos que
volver a contarnos, y a entender, qué nuevos mundos habitamos y nos habitan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario