Hace poco escribía en esta misma sección sobre algunos trastornos mentales que por diversas circunstancias parecen ponerse “de moda”. Hablaba en aquella ocasión del TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo), y quiero hacerlo hoy de una de esas palabras que, en este caso, los psicólogos hemos puesto también “de moda” en nuestras consultas y libros de autoayuda: la asertividad. Dice textualmente uno de estos libros que una persona es asertiva cuando “es capaz de ejercer sus derechos, expresar desacuerdos, sentimientos negativos, y dar opiniones contrarias”. El problema de la ambigüedad y falta de concreción de ciertas definiciones es que acabamos confundiendo la velocidad con el tocino. No es la primera vez que escucho a alguien decir frases del tipo: “desde hace un tiempo intento ser más asertivo y digo las cosas como las pienso, no me callo nada... Ya me dijo mi anterior terapeuta que yo también tengo derechos y que debía ejercerlos”. Desde ese bendito día sé que una de estas personas llegaba a su casa y lo primero que le decía a su mujer es “tengo derecho a decirte que estás cada día más gorda” o “no me gusta la cena, hazme otra cosa”. Y en el trabajo a sus compañeros: “que sepas que no me gustan tus zapatos” o “la verdad es que me desagrada tu olor a sudor”. Y a sus amigos: “no me gusta cómo hablas” o “sinceramente, tus chistes son penosos”... El remedio se convirtió en enfermedad. La gente se fue alejando poco a poco de nuestro protagonista hasta que finalmente se quedó únicamente acompañado de su nueva amiga: la señorita Asertividad.
Todos sabemos que las personas que derraman ese tipo de sinceridad ácida por los cuatro costados son insoportables. La insensibilidad por el dolor ajeno no se puede equiparar con “la defensa de mis derechos”. La vida está llena de mentiras piadosas, algunas hasta podríamos calificarlas de bellas, tiernas y humanistas. Fromm sostenía que el ser humano que tiene la capacidad de conocerse a sí mismo está capacitado también para poder elegir. Si la asertividad puede lastimar a otra persona de manera innecesaria, la decisión de “ser asertivo a toda costa como remedio a mis males” debe revisarse. Al fin y al cabo, y como muchas otras, la asertividad puede ser la más cruel de las virtudes cuando se la priva de excepciones.
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