martes, 14 de abril de 2015

Volver (con la frente marchita)

LA PROFESIÓN IMPOSIBLE

Puede que hayan sido mis vivencias como psicoterapeuta (y especialmente aquello que me han enseñado cada una de las personas a las que he atendido durante estos años) lo que me ha hecho entender que la duración de la vida no posee, en todos los casos, la exclusiva prioridad que habitualmente le otorgamos. Y es que también la calidad de vida o incluso la oportunidad de la muerte pueden constituir un valor.

Tengo la sensación de que a medida que la medicina progresa (o más bien la farmacología y su poder anestésico), en su capacidad de aliviar los síntomas que nos llevan a pedir ayuda, va quedando cada vez más relegada e insatisfecha la antigua y fundamental pregunta con la cual la enfermedad siempre nos enfrenta: ¿por qué ha sucedido? La idea de “combatir” una depresión (o el trastorno/enfermedad que queramos), que está implícita en muchas actuaciones médicas, suele pasar por alto la función que cumple esa enfermedad en relación con los sistemas en los cuales se integra. No se trata solamente de considerar la integración del estómago en el sistema digestivo o del sistema digestivo en el hombre entero: se trata, además, de considerar la integración del hombre mismo en el sistema familiar, y en el sistema social. Es necesario tener en cuenta y no olvidar algo que ya he dicho alguna que otra vez en esta columna de opinión, y es que la enfermedad es la solución que el enfermo ha encontrado, y que su desaparición, por sí sola, restablece el problema. La actitud habitual frente al trastorno puede resumirse en la expresión “¡fuera con eso cuanto antes!”(tómate esta pastilla, olvídate de que te duele y sigue con tu vida) Y en realidad podría y debería ser reemplazada por otra acorde con el pensamiento del tipo “sí, pero no así, sino de alguna otra manera”.

Creo que el peñón más abrupto de nuestra “profesión imposible” es el hecho de que el paciente “enfermo”, que busca un tratamiento, está motivado por la idea de “volver” a un estado anterior (“quiero volver a estar como estaba...”). Pero la enfermedad o el trastorno mental, como toda pérdida de inocencia, es siempre irreversible en cierto modo, y la salud sólo puede provenir de un doloroso progreso (no retroceso), que es totalmente opuesto a la ilusión de “volver”.

                                 

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