lunes, 29 de octubre de 2018

Profecías

LOS LISTOS

Es un hecho ampliamente aceptado que los niños son muy susceptibles de ser modelados por las expectativas que albergan los padres y adultos que los rodean. Un ejemplo clásico de este fenómeno fue estudiado por el psicólogo Robert Rosenthal a finales de los años sesenta en una escuela norteamericana, y recibió el nombre de “efecto Pigmalión”. Rosenthal demostró cómo se podía influir en el rendimiento escolar de un niño simplemente manipulando las expectativas por parte de su maestro. Su experimento consistía en que al comienzo del curso pasaba unos tests de inteligencia a los estudiantes. Después informaba a los maestros de los resultados de las pruebas diciéndoles que había identificado un porcentaje de niños más dotados intelectualmente que los demás. Al final del año escolar, esos niños que habían sido señalados, en efecto habían mejorado su rendimiento escolar de una forma significativa respecto a los demás. La primera impresión era que las pruebas administradas demostraban su validez y fiabilidad, y sin embargo, nada más lejos de la realidad: los niños con la supuesta mejor dotación intelectual habían sido elegidos al azar y no sobre las base de los resultados del test. Era la expectativa inducida a los profesores de que estaban tratando con niños especialmente inteligentes la que había determinado el cambio en el rendimiento escolar. Desde entonces, decenas de investigaciones posteriores han conseguido reproducir los mismos resultados.


Se ha visto que esas expectativas provocan un cambio de actitud que se refleja en una mayor frecuencia a la hora de dirigirse al niño, en estimular más la interacción, preguntándole e implicándolo activamente en las clases, y en establecer un clima de aceptación y superación ante las dificultades o inconvenientes que puedan surgir, sin relacionarlo con supuestas carencias o patologías intrínsecas al crío. Se trata, en definitiva, de la famosa “profecía autocumplida”, en la que las expectativas del adulto que acompaña al niño se concretan en los comportamientos construyendo una realidad que antes era solo imaginada. ¿Pero qué pasaría si en vez de una expectativa positiva tuviéramos otra que nos dice que se trata de un niño desobediente y perturbador? ¿Podría una dificultad transformarse en una terrible realidad patológica?

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