LA SOPA
A través del lenguaje los seres humanos nos liberamos del control de las funciones directas de los estímulos establecidas por contingencias y transformamos esas funciones relacionando conceptos e ideas. Si consideramos la cantidad de relaciones que se pueden establecer de forma verbal a lo largo de la historia de una persona no es difícil hacerse una idea de que la construcción del mundo simbólico de cada persona es algo realmente complejo. Cuando ponemos dos o más objetos en relación somos capaces de darle a cualquiera de ellos una función estimular que no tenía antes, y podemos hacerlo no solamente con los objetos sino también con nosotros mismos, así como en relación a otros. Esto nos permite entender que pueden ocurrir importantes cambios a través de las nuevas relaciones establecidas o del nuevo “enmarque relacional” (así le llaman las autoetiquetadas como “terapias de tercera generación”). Y esto puede suceder incluso sin ningún cambio real en lo que el individuo esté haciendo, como por ejemplo, cuando al escuchar las palabras “está hecha con excrementos” cambia la manera en la que una persona actúa en relación a la sopa que venía saboreando con gusto.
“Traer al presente” funciones estimulares de eventos y fenómenos que están “lejos del presente” supone ventajas pero también posibles trampas. Si estoy dando un paseo y al cruzar una calle escucho el grito “cuidado con el coche”, el hecho de responder a las palabras deteniéndome en la orilla será útil y evitará un accidente. En cambio, un paciente que en el pasado haya escuchado muchas veces por parte de su entorno frases como “todo lo haces mal” y “no vales para nada”, a pesar de haber transcurrido ya un tiempo, y aunque esas personas no formen ya parte de su vida, ante situaciones que impliquen enfrentarse a circunstancias difíciles o experiencias nuevas que conlleven inseguridad utilizará un lenguaje del tipo “no valgo para nada” o “todo lo hago mal” para referirse a la nueva situación que le toca afrontar. Obviamente si nuestra conducta se organiza en torno a estas construcciones verbales y a sus respectivas funciones, se producirán consecuencias problemáticas en nuestra vida. Cambiar el lenguaje con el que nos referimos a lo que nos sucede puede resultar fundamental. No debemos ignorar que el lenguaje, o el “comportamiento verbal”, puede ser curativo, pero también nos puede llegar a proporcionar un contacto casi inagotable con el dolor.
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