Creo que una gran parte de los trastornos mentales se entienden mejor como situaciones en las que uno está, y no como algo dentro de uno. Al final, todo dependerá de la posición que mantengamos en dicha situación, de las acciones (e inacciones) que tomemos. No creo que solamente sea cuestión de hacer por hacer, ni siquiera supuestas “actividades agradables”, ni de rellenar el tiempo para estar ocupado (sin negar los beneficios que en ocasiones podría traer a la persona). Se trata, más bien, de actuar implicándonos en aquello que para nosotros es significativo y valioso, y que hemos ido dejando de lado, muchas veces sin darnos cuenta. Sin ese paso no se suele dejar atrás el estancamiento y el ensimismamiento vital. Aún pudiendo ser la disposición depresiva, ansiosa, obsesiva o delirante algo característico de una determinada persona, quizá en más ocasiones de las que pensamos, la endogenidad no sea tan endógena y autónoma de las circunstancias de esa persona.
jueves, 31 de mayo de 2018
Después de las palabras
Se suele situar en la antigua Grecia el origen de la psicoterapia con el surgimiento del pensamiento racional y la tradición médica y filosófica. Aristóteles distinguía los distintos usos de la palabra, llamando ensalmos a los intentos persuasivos y haciendo alusión a que por medio de ellos el ser humano podía cambiar de condición. Platón también concedía una importancia crucial a las palabras, señalando los efectos que producían sobre la vida anímica, que a su vez repercutía en la parte somática de las personas. Se suele comentar incluso que algunas de sus observaciones sobre las pasiones, sueños y el inconsciente, parecen antecedentes del pensamiento freudiano. Los terapeutas contamos, más allá de técnicas específicas para cada problema, con el recurso de las palabras (también de la escucha y de la proxemia, kinesia y paralingüística) para atender a la persona que está enfrente. Si descuidamos esa parte de “alianza terapéutica”, o como la queramos llamar, es probable que no consigamos nada. Pero también es verdad que si nos enredamos en ella, si llevamos una y otra vez el discurso hacia las palabras más o menos exactas que reflejen lo que siento o dejo de sentir, hacia los síntomas, hacia aquello que viví y que fue tan duro para mí, etc... puede que nos quedemos atrapados en un bucle sin salida.
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