miércoles, 8 de marzo de 2017

Terapia Analítico Funcional

Esta semana me publicaban este artículo en El Correo Gallego: 

EL INEPTO DE ENFRENTE

Fue a finales de los ochenta cuando dos psicólogos, Kohlemberg y Tsai, partiendo de la por entonces omnipresente terapia cognitivo conductual, encontraron que algunos de sus pacientes experimentaban notables mejorías que iban más allá de los objetivos iniciales del tratamiento. Una de estas mejorías significativas era el desarrollo de habilidades para mantener relaciones más íntimas y profundas con otras personas. Preguntándose por las causas de este fenómeno, observaron que estos progresos sucedían en aquellos casos en los que se había establecido una relación terapéutica prolongada en el tiempo, que solía definirse por los pacientes como “intensa y comprometida”. A partir de estas observaciones desarrollaron lo que hoy en día se conoce como una de las principales terapias de “tercera generación”: la FAP (Functional Analytic Psychotherapy). Sorprendentemente, en sus manuales citan como antecedentes tanto al conductismo radical de Skinner, por su énfasis en el uso de las oportunidades de aprendizaje que surgen en el contexto de la relación psicoterapéutica (ya que entienden que posibilita el establecimiento de contingencias de reforzamiento que favorecen las mejorías clínicas), como también hacen referencia a aproximaciones psicodinámicas como las “experiencias emocionales correctivas” de Alexander, y sobre todo en relación al controvertido concepto psicoanalítico de “transferencia”, para ellos entendida como un conjunto de respuestas generalizadas en la terapia debidas a la similitud entre la situación clínica y las relaciones experimentadas en el pasado. Tampoco descartan la idea de que suele haber significados ocultos bajo la superficie de las afirmaciones del paciente. La denominación “Analítico-Funcional” viene del énfasis en el análisis funcional de la conducta, no tanto respecto a lo específico y molecular, sino a patrones más amplios y repetitivos.
La FAP consigue así aunar a dos de las orientaciones más enfrentadas de la historia de la psicoterapia, logrando una aproximación integradora que particularmente estimo muy valiosa y necesaria, entre otras razones, para fomentar la flexibilidad de los profesionales que nos dedicamos a la terapia. La otra opción es seguir permanentemente obstinados en nuestras trincheras atacando y desprestigiando todas aquellas prácticas y corrientes que no son la nuestra. Al final, el desprestigio lo sufre la profesión, y no el compañero de enfrente.

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