lunes, 11 de julio de 2016

Sigo escribiendo

“Huye del león, se encuentra con el oso, entra en casa, apoya la mano en la pared y le muerde una culebra”. El libro de Amós describe a la perfección la condición del angustiado, aquel que trata de huir inútilmente de una condena inevitable. El sentido común parece sugerir (aunque con malos resultados) que si quiero someter a “la bestia que me muerde el alma”, debería evitar esforzarme por no mirarla y pensar en positivo. Sin embargo, se trata de todo lo contrario: he de afrontarla estratégicamente situándola en un espacio, en un tiempo y en un procedimiento determinados. Uno de los más efectivos es el ejercicio de escribir con todo detalle nuestras expectativas angustiosas, de modo que se desarrolla de manera progresiva una lejanía emocional respecto a eso que tanto tememos. La descripción de estas expectativas angustiosas las convierte en casi aceptables e insensibiliza progresivamente la angustia que sentimos hacia ellas. Escribir por la mañana y luego comprobar por la noche cuáles de nuestra funestas previsiones se han cumplido es una manera de romper el mecanismo de pensamiento catastrófico, incluso aunque alguno de esos acontecimientos se cumplan. Séneca nos brindó un ejemplo de esta estrategia. Durante su exilio en Córcega, mientras esperaba la inexorable condena a muerte impuesta por el emperador Calígula, en lugar de desterrar sus pensamientos sobre la muerte, los tenía presentes todos los días y los transcribía con todo detalle. Parece que el filósofo pudo afrontar así con mayor serenidad las torturas a las que fue sometido. Y es que el acto de escribir tiene la propiedad de sumergirnos totalmente en lo que describimos, pero, al mismo tiempo, nos permite alejarnos de ello. Repetir este ejercicio de manera cotidiana nos da la capacidad de aceptar también lo inaceptable, pero, sobre todo, reduce los angustiosos controles mentales de los que somos capaces. 


La estrategia vale también en aquellos casos en los que alimentamos resentimientos u hostilidades hacia alguien. Si cada día nos esforzamos en escribir las acusaciones y los insultos que nos gustaría decirle a esa persona, al cabo de un rato la rabia se calmará y la persona a la que detestamos nos parecerá más aceptable. Medio en broma y medio en serio, decía Emil Ciorán que gracias a este recurso había conseguido convivir consigo mismo...

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