PARTE DE LA VIDA
Los psiquiatras y psicólogos deberíamos ser mucho más cautos al ocuparnos de los procesos de duelo de las personas. Los últimos manuales diagnósticos hacen que cada vez sea más fácil diagnosticar un trastorno depresivo mayor a quien ha perdido a un ser querido, incluso durante las primeras semanas posteriores al fallecimiento, y esto, como en otros casos, acaba provocando que veamos trastornos mentales en lo que son simplemente procesos adaptativos normales. Y es que los seres humanos, queramos o no, a veces sentimos pena. Quizá sea el precio que hay que pagar por una de nuestras características más importantes: el apego. Nuestra vida se inicia con la necesidad de una madre que no sólo nos dé alimento y protección, sino sobre todo amor. Nuestras vidas consisten en una serie de relaciones y pérdidas. Luego morimos y se supone que otros lloran por nosotros. El hombre no es el único animal que se comporta así. De hecho casi todos los mamíferos lo hacen. Convertir el duelo en un problema médico somete a las personas que sienten pena por la muerte de un ser querido a una medicación innecesaria y potencialmente perjudicial.
No existe una manera sana o “correcta” de vivir el duelo. Las diferentes culturas establecen una amplia variedad de reacciones y rituales. Salvo que haya una necesidad clara, los psicólogos y psiquiatras no deberíamos imponer nuestros propios rituales. Está bastante comprobado que la mayor parte de las personas se recuperan después de la pérdida sin necesidad de reexplorar los supuestos traumas de la infancia ni de adherirse a un tratamiento farmacológico. Esto no quiere decir que no deba existir una preocupación legítima ante el hecho de que la depresión mayor aparezca en ocasiones entre quienes han perdido a alguien importante. Cuando se aprecia ideación suicida, o algo similar a un brote psicótico, o la persona se muestra incapacitada para su vida diaria, es obvio que la terapia está más que justificada. Son casos excepcionales, no la norma. Debemos aceptar de una vez por todas que la pena forma parte de la vida y no es por sí misma ningún trastorno mental.
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